lunes, 23 de agosto de 2010

La capacidad para perdonar

Las relaciones interpersonales nos brindan muchas cosas que nos hacen bien, como seguridad, compañía, afecto, apoyo social, contención... Pero también, muchas veces, podemos sentirnos angustiados, tristes, descuidados, ofendidos, violentados, maltratados por el otro.
Una investigadora muy importante de nuestro país, Martina Casullo, investigó sobre el perdón y la capacidad para perdonar. En su libro Prácticas en Psicología Positiva cuenta, en base a investigaciones sobre el tema, que cuando los sujetos perdonan, sus pensamientos, sentimientos y acciones hacia quien es objeto de perdón se transforman en más positivos. Por ello, perdonar supone un cambio interno y uno interpersonal.
El objeto de perdón, podemos ser nosotros mismo, un otro o una situación percibida como fuera de nuestro control, por ejemplo, una catástrofe. Pero para que aparezca la necesidad de perdonar debe haber existido un hecho de transgresión que nos haga doler.
El hecho de poder perdonar no excluye la opción de reclamar justicia, en la medida en la que la motivación de tal reclamo no sea simplemente vengativa. Los sentimientos de venganza revelan un apego negativo y la incapacidad de perdonar y se asocian con tensión psicológica.
Investigaciones han descubierto que perdonar mejora el bienestar psicológico, especialmente si la relación con quien no ha ofendido, es fuerte y profunda. Por el contrario, la imposibilidad de perdonar genera tensión emocional. Pero desde luego, que el hecho de poder perdonar o no, debe enmarcarse dentro de las historias personales que unen a agresor y agredido y al tipo de vinculo que han tenido. En determinadas circunstancias puede ser de utilidad recurrir a alternativas posibles que no requieren del perdón, como la distancia o la finalización de un vínculo con otro.
¿Se perdona todo y a todos? Para algunos autores, perdonar hace a los sujetos más vulnerables a la re-victimización en los vínculos interpersonales con presencia de situaciones de abuso y maltrato.
¿Perdonar supone reconciliarnos? Aquí también hay desacuerdos teóricos, pues para varios estudiosos del tema el poder perdonar se vincula con la posibilidad de renunciar a sentimientos de enojo y resentimiento, en tanto que otros señalan que la reconciliación es un componente central del proceso de perdón.
En los casos en los que alguien perdona, el apego negativo desaparece y la persona puede desarrollar benevolencia y sentimientos positivos. Si se logran desarrollar sentimientos positivos hacia quien fue percibido como ofensor, la persona puede o no intentar una reconciliación. Por ello estos autores no consideran que reconciliarse sea una parte necesariamente constitutiva del hecho de perdonar.
El poder perdonar es un proceso intrapersonal, en tanto que la reconciliación es interpersonal. El perdonar no significa olvidar, se perdona pero se recuerda. El perdonar hace posible el logro de una memoria sobre lo acontecido que libera de emociones negativas permanentes, del resentimiento paralizante, de actos de violencia que muchas veces sólo destruyen sin construir una convivencia más sana, con otro, o con nosotros mismos.
Conclusión: La ofensa o agravio recibido, el vinculo mantenido con el ofensor, el tiempo transcurrido desde el hecho, el tipo de personalidad de ambos, la forma en que la persona se relaciona con su medio y con los otros, sus estrategias para afrontar los problemas, su historia de vida, el contexto socio-histórico en el cual viva en ese momento son variables que pueden afectar o potenciar la capacidad de perdonar de una persona.
La capacidad para perdonar es algo que puede ser cultivado y fortalecido por quien desee alimentar este aspecto de la naturaleza humana. Pero es válido también, que aquel que se sienta incapaz de poder perdonar sea escuchado y contenido desde ese lugar. Que se acompañe en los sentimientos que en ese momento tenga, ayudándolo a que pueda madurar y sanar sus dolores o sufrimientos.
Fuente: Practicas en Psicología Positiva. M, Casullo, 2008. Ed: Lugar.
Publicado por: Lic. M. Agustina Viñuela.

martes, 10 de agosto de 2010

Emociones y personalidad cardíaca. Factores de riesgo psicológicos.

Lic. Ma. Agustina Viñuela

Si bien la relación entre los estados del cuerpo y los estados de la mente han sido estudiados con mayor o menor fuerza a lo largo de los siglos, es recién desde principios del siglo XX, que el cuerpo médico le presta especial atención al vínculo entre enfermedades cardiovasculares y ciertos factores psicológicos.
El dolor, la esperanza, el miedo, el aburrimiento, la tendencia a reprimir la ira, la hostilidad, el estrés, la tendencia al dominio, el sentido de competencia, el cinismo, el pesimismo, entre otras, han sido objetos de investigación hasta el día de hoy (Eagleston, Chesney, & Rosenman, 1988; Laham, 2006; Goleman, 2007).
Desde hace tiempo, las ciencias médicas se interesaron en formular patrones de conducta posiblemente relacionados a las cardiopatías. Un patrón de conducta es la forma en que un individuo interpreta y reacciona ante una determinada situación estresante. Podemos decir, que es un modelo en el cuál se integran las creencias, actitudes, rasgos, conductas y una determinada forma de activación fisiológica del organismo que presenta una persona en particular. Así, se han descripto diferentes tipos de personalidad relacionados con diferentes trastornos de la salud. En esta oportunidad hablaremos del Patrón de Conducta Tipo A o PACTA.
En 1950 dos cardiólogos, Friedman y Rosenman, tras la observación de sus pacientes encontraron que éstos presentaban determinadas características que los diferenciaban de otros con otras enfermedades. Presentaban una respuesta autonómica al estrés mediante la activación del sistema simpático adrenal, encontrándose más propensos a padecer enfermedades cardiovasculares (Laham, 2006). Como características mostraban conductas como competitividad, impaciencia y agresividad, un marcado sentido de la urgencia y el tiempo. Un alto grado de tensión muscular, un habla acelerada y enfática y una necesidad imperiosa de conseguir más y más en el menor tiempo posible. Emocionalmente, presentaban ira, expresada o reprimida, y una actitud cognitiva de hostilidad permanente. En comparación con el grupo control eran más agresivas e impacientes, ordenadas, autocontroladas y sumamente involucradas en sus tareas o trabajos y de forma solitaria (Eagleston et al., 1988; Laham, 2006). Otra característica que se observó es la desatención de síntomas de dolor o fatiga. Posiblemente el ignorar este tipo de síntomas tenga que ver con la característica de dedicarse a una tarea de forma obsesiva, sin registrar todo lo demás. Lo mismo con la fatiga, uno de los síntomas alarma de un IAM. Focalizan tanto su atención en una tarea que suprimen activamente su atención de todo aquello que pueda interferir en su realización.
Estas personas suelen adoptar un estilo de vida poco saludable, presentando niveles más altos de colesterol que las del grupo control, consumo de tabaco e inactividad física. Además, la presencia de ansiedad, baja autoestima y depresión llevan a estas personas a aislarse socialmente, a dedicarse a sus tareas en solitario y a volverse adictos al trabajo. Estas características de vida, llevan, en muchos casos, a tener dificultad en las relaciones sociales, un mayor índice de insatisfacción marital y bienestar emocional menor.
Algunas investigaciones sugieren que son los factores socioculturales en interacción con un medio social industrializado lo que explicaría su emergencia y desarrollo. Se considera entonces que el PACTA es un estilo de vida aprendido en base a patrones de conducta familiares y sociales (Laham, 2006). Hoy en día, la comunidad científica se encuentra trabajando en la reformulación de este Patrón, puesto que las investigaciones llevadas a cabo no arrojaron resultados lo suficientemente consistentes como para hablar de una Personalidad Tipo A. Lo que sí se ha demostrado es que las emociones negativas, como la Ira y la Hostilidad -componentes del PACTA- aumentan notablemente la probabilidad de padecer algún evento o recaer en el. Es por ello que hoy en día se está formulando un nuevo patrón, el TIPO D, que quedará para otra oportunidad.